No cabe duda de que el sector inmobiliario va evolucionando y trata de adaptarse (o quizá aprovecharse de la complicada situación actual), pero los Gobiernos no se quedan atrás en este aspecto.
Luchamos desde hace décadas por la igualdad de género y aunque sí es verdad que muchas de las nuevas normativas e iniciativas son un buen camino para conseguirlo, otras propuestas son descabelladas o buscan conseguir un objetivo aplicando medidas que se salen de contexto como es el caso del reciente decreto de la vivienda en Euskadi, cuyo borrador se presenta durante el curso: Re-vivienda I Laboratorio de Vivienda de Euskadi, en el cual se imponen los criterios de construcción y distribución del espacio dentro del hogar. Se exige que las cocinas tengan un mínimo de 7 metros para evitar el aislamiento de la mujer.
Recursos chapuceros para el fomento de la igualdad
¿Acaso de este modo se garantiza el hecho de que el hombre va a colaborar en las tareas del hogar únicamente por tener más espacio disponible? ¿Es cuestión de educación o de falta de espacio?
Además, con todo esto se presupone que la mujer es la que siempre está al frente de los fogones. Esta afirmación es ofensiva para los hombres, que muchas veces son quienes se ocupan de esta tarea de forma consensuada. No se mencionan medidas especiales para otras zonas de la casa como el cuarto de baño. Al parecer, compartir la tarea de limpieza de los sanitarios no se considera tan importante…
Según esta nueva ley, todas las construcciones de nuevas viviendas (en el País Vasco) deberán constar de 35 metros cuadrados para conseguir los permisos de habitabilidad, de los cuales 7 m2 al menos se destinan a la cocina y el dormitorio deben tener al menos 10 m2, y el cuarto de los progenitores debe tener un tamaño inferior al de los hijos.
¿Por qué se obliga a los ciudadanos a vivir bajo las mismas normas sin tener en cuenta sus preferencias y particularidades? Las medidas son comunes y oficiales para todos los casos, sin considerar a las personas que quieran vivir en solitario. En otras ciudades grandes como París hay quienes prefieren vivir en estudios de 9m2 antes que compartir un apartamento de varias habitaciones con desconocidos
Nos damos cuenta de que se relaciona el espacio físico con el concepto de “vivienda digna” por encima de los servicios y recursos disponibles en la misma para propiciar la calidad de vida de quienes la habitan.
Los minipisos podrían ser una estupenda opción para nuevos perfiles de usuario con necesidades específicas: camas individuales en diversos formatos (sofá-cama, camas abatibles) electrodomésticos de tamaño mini, potencias eléctricas reducidas y tarifas de energía adaptadas a pequeños consumos…
¡Pero todos sabemos que esto no es lo que conviene!
Las viviendas de los españoles están pensadas de la siguiente manera:
- Para modelos de familia tradicionales con hijos que nunca llegan a independizarse.
- Para habitantes que consumen por encima de sus necesidades con la televisión encendida a todas horas por norma aunque no la mire, con la calefacción central activa aunque no haya nadie en casa.
- Para que los residentes sean al mismo tiempo consumidores que compren todo “a lo grande, ande o no ande”: hornos gigantes y vitrocerámicas de cuatro fuegos aunque a nadie le guste cocinar, lavadoras y lavavajillas enormes cuya carga máxima hace que sean usadas 2 o 3 veces al mes…
Lo que ocurre es que la idea de los minipisos no propicia la sociedad de consumo actual y a la conservación del modelo de familia tradicional.
Se encubren los verdaderos problemas de la sociedad española
En lugar de preocuparse por la creación de empleo de calidad para que los jóvenes puedan independizarse cuanto antes, los líderes obligan a los padres a adquirir viviendas que permitan alojar a sus hijos de manera prácticamente indefinida.
Y lo sorprendente es que a tener una habitación propia en casa de tus padres se le considere tener acceso a una vivienda digna, para un adulto en plena crisis de los 30…
La realidad es que cuanto más grande sea una vivienda más posibilidades hay de que sus residentes adquieran más y más productos, porque tienen más sitio para almacenarlos. Una vivienda grande es una apuesta segura para fomentar la sociedad de consumo y poner un parche frente al problema de la precariedad laboral (sobre todo juvenil).
¿Quién gana y quién pierde en esta batalla?
Se sabe que los millennials y la generación Z tienen una mentalidad de consumo más responsable, han desarrollado con éxito la conciencia medioambiental y prefieren ser usuarios antes que propietarios. Esta idea va contra el sistema convencional y por alguna vía tendrán que intentar perpetuarlo a la fuerza, a sabiendas de que esto nos perjudica.
En general, nos persiguen a todas horas con la idea del ahorro energético y el cuidado medioambiental pero nos imponen un sistema paradójico donde los únicos perjudicados son los ciudadanos a quienes les arrebatan su elección más básica: el derecho a elegir lo que cada cual considere una vivienda digna.