22 septiembre 2023

El 6 de octubre de 1927 se estrenaba en el cine Warner Bros en Nueva York, una película que cambiaría para siempre al séptimo arte, “El cantor de Jazz”. Basada en una obra teatral, el director Alan Crosland, consiguió por primera vez en la historia, desde que los hermanos Lumiere inventasen el cinematógrafo, que se proyectara una película con sonido sincronizado. Había nacido el cine sonoro.  Décadas después, una genial película musical trató el tema de la transición del cine mudo al sonoro, fue titulada en España “Cantando Bajo la Lluvia”. Sus directores fueron Gene Kelly y Stanley Donen, que plasmaron, a veces de forma caricaturesca, la evolución de esta industria del entretenimiento. Durante su desarrollo, aparecían estrellas de aquel cine pionero que no pudieron o no supieron  reciclarse por diversas razones. A veces fueron las voces que no  acompañaban a la hermosura de los galanes, o de aquellas bellezas femeninas, otras, era la falta de una correcta dicción, y en muchas ocasiones fueron las dotes interpretativas de esos actores habituados a usar los mohines y sobreactuaciones tan característicos del cine mudo, que a esas alturas ya se mostraban como algo desfasado en un momento en el que se buscaba la naturalidad.

Durante estos días de campaña electoral en la Comunidad de Madrid, están saliendo a la palestra noticias de acciones violentas dirigidas contra seguidores de partidos políticos, líderes y cargos. Pasados los primeros momentos de la transición, conocidos como los años de plomo, cuando la violencia era patrimonio de unos cuantos, España muy poco a poco fue dejando atrás esos episodios de agresiones, amenazas y sangre, quedando en un momento como actos puramente anecdóticos. Quizá sea a partir del 2012 con el pistoletazo de salida de lo que conocemos como Procés Catalán, que no fue otra cosa que tratar de tapar las vergüenzas y corruptelas de Ciu, dando un salto al abismo del independentismo, con el que se arrastró a toda la población, la que lo deseaba, y los que no. Nos obligaron a posicionarnos de un lado o de otro, y se acentuó el concepto del mal catalán, al que se cosificó y finalmente se le agredió. Pero los independentistas, nunca dijeron nada, siempre callaron y justificaron.

Por otro lado, de entre las aguas revueltas del 15 M, surgieron unos teóricos de la revolución en España, pero con carnet de prácticas en la sufriente Hispanoamérica. Estos otros, nos hablaban de la casta, de los de arriba, del jarabe democrático e incluso nos enseñaron novedosas palabras como escrache. Ellos, por el bien de todos, patrimonializaron su santa violencia, muy parecida a la ya ejercida en un pasado no muy lejano. De hecho, Pablo Iglesias en su tesis doctoral de 2008, aducía como ejemplo, las prácticas de la Kale Borroca. También definía como éxito político, las manifestaciones contra la guerra de Irak durante el gobierno de Aznar, exponiendo como un buen síntoma de cambio, que los dirigentes y cargos del PP fueran “insultados y zarandeados”. Y llegó su momento, las televisiones se rifaban a ese enfant terrible en cuyas charlas a su feligresía, al referirse a los contertulios con los que compartía mesa, decía textualmente haciendo la broma: “pido disculpas por no romperles la cara a todos los fachas con los que discuto en televisión, pero yo creo que fachas no faltan en este país, incluso en este pueblo, quizá cuando acabemos esta charla, en lugar de mariconadas del teatro, nos vamos de cacería a Segovia, a aplicar la justicia proletaria, que es lo que se merecen unos cuantos”. Y llegó la hora de esa justicia proletaria, y se descargó en un sonoro puñetazo sobre la cara de Mariano Rajoy en la Coruña. Bien es verdad que todos condenaron ese ataque, pero durante una entrevista, cuando el Gran Wyoming preguntó al líder de Podemos si podría afectar esta acción a la campaña, él responde “que no podemos permitir que un incidente como este manche la gran fiesta de la democracia”. Seis años después de este hecho, también en una campaña electoral como aquella, el terror de la casta, el vengador proletario, el que tiene la llave de los barrios en los que deja o no deja entrar a los demás, el que sembró España de vientos, hoy aparece en la escena de rodaje haciendo aspavientos y pucheros, interpretando el papel de víctima que busca la empatía del público, y aguando de paso la fiesta de la democracia. Esperemos que a través de las urnas, pronto se acabe con la nefasta carrera de este mal actor de la política. Al igual que el cine sonoro acabó con aquellas estrellas que no supieron reciclarse.

About Author