El arranque hacía presagiar un resultado favorable para los intereses españoles. Por la actitud, por el juego y por el nivel competitivo. Había que ser inmaculados en defensa y, a la vez, acertados en ataque. Y en el primer periodo España lo fue.
Teniendo en cuenta esta premisa y sin perder de vista el patrón de juego español, Portugal sufre. Primero, porque atrás no hay concesiones. Segundo, porque arriba no se perdona. En el ecuador de primer tiempo, un pase a la posición de pívot le permite a Nicolás Marrón recibir, girarse y encarar. En el mano a mano con el portero, el jugador español gana la partida para adelantar a los de Albert Canillas.
Al combinado portugués le cuesta. Le incomoda ir detrás en el marcador. España, por su parte, continúa con su propuesta de fútbol sala: presión en primera línea, rápida circulación de balón, verticalidad y balance defensivo equilibrado.
Sin embargo, el paso por el vestuario no le sienta de la misma manera a las dos selecciones. Portugal sale dispuesta a cambiar el guion. España olvida todo lo hecho en la primera mitad. Tanto es así, que en un minuto, el mismo jugador luso consigue darle la vuelta al partido. Diogo Santos encuentra el gol por partida doble. En la primera, después de una acción colectiva. En la segunda, tras una falta al borde del área.
Este cambio repentino en los acontecimientos desconcierta a los visitantes. Aunque España la sigue buscando. Hasta que Pablo Martínez hace el empate. Poco dura la alegría, porque otra vez en apenas un minuto, los locales consiguen hacer otros dos tantos.
Carlos Monteiro a la salida de un córner y Furtado, gracias a una combinación, ponen el 4-2 en el electrónico. En esta recta final, los españoles juegan de 5. De poco sirve, porque el resultado ya no se mueve. Portugal vuelve a vencer. Y en esta ocasión lo hace en un partido en el que España jugó una gran primera parte, pero que fue claramente superada en la segunda.